ABC de las artes, España. 31 de julio de 1998. ^ NORAH BORGES, DE UN TIEMPO REMOTO Por Juan Manuel Bonet
Su verdadero nombre era Leonor, aunque su hermano, Jorge Luis, la bautizó como Norah. Y Norah ya sería siempre. Pintora, grabadora, dibujante, mujer emprendedora que participó en empresas editoriales muy importantes -como la fundación de la revista «Proa»-, Norah Borges murió la pasada semana, en Buenos Aires. Juan Manuel Bonet recuerda a la artista argentina, a quien conoció ya al final de su vida. NORAH Borges, recientemente fallecida en su Buenos Aires natal, a los noventa y siete años de edad, fue para mí, durante mucho tiempo, un mito familiar. En aquella vieja casona lucense junto al río me esperaban, en mi adolescencia, un ejemplar de «Fervor de Buenos Aires» (1923), el primer poemario de su hermano Jorge Luis, con la cubierta criolla e ingenuamente xilográfica que ella le puso, y un número de 1920 de la revista «Grecia», en el cual figura otro grabado suyo, mallorquín éste. También los seis números de que consta la colección completa de «Ronsel», dirigida en el Lugo de 1924 por mi tío abuelo Evaristo Correa Calderón, y donde, pegada a mano, va otra de sus maderas, impresa sobre un delgado papel azul, y representando una verbena, un tema muy de la época. Pasaron los años. Fui dando, aquí y allá, con más imágenes del periodo ultraísta de Norah Borges. (/.../)-_-(/.../)Conseguí la monografía que en 1945 le dedicó Ramón Gómez de la Serna. El primer cuadro suyo que pude ver fue el de los Santos Torroella. Completé, hasta donde me resultó posible, el perfil de aquella artista olvidada. Y un buen día de 1990, cuando mi primer viaje a Buenos Aires, el mito se hizo presencia real. La visité en su apartamento del Barrio Norte, a dos pasos de la Galería de las Victorias. ...(/.../)...De cuantas cosas me contó entonces aquella voz venida de un tiempo remoto, lo que más grabado se me quedó fue una minucia. Se acordaba de muchos versos ultraístas, pero rara vez podía decirme nada de sus autores, a los que en su mayor parte no había conocido. Ante mi extrañeza, la réplica fue definitiva; «En aquella época las chicas no íbamos al café». En Suiza, donde la familia Borges había pasado parte de la Primera Guerra Mundial, Norah había recibido la influencia de los xilógrafos expresionistas alemanes, y también de Masereel. Sobre esa base, surgieron, ya en España, y entre 1918- 1921, -Palma, Sevilla, Madrid-, sus maderas para las revistas «Grecia», «Ultra», «Tableros», «Reflector», «Plural», «Alfar» o «Ronsel», para la babélica «Manomètre» de Lyon, para «Formisci» de Varsovia o para «Hélices» (1923), el único libro de versos de Guillermo de Torre, que en 1928 se iba a convertir en su marido, y al que tantas veces retrató. Imágenes ingenuas y sutiles, en las que recrea lugares y escenas españoles y también, ocasionalmente, motivos poéticos típicamente ultraístas, sin que falte una cierta iconografía religiosa. Gracias a ellas, la argentina ocupa un lugar estelar en la historia de nuestra primera vanguardia, flanqueada por otros dos extranjeros, el uruguayo Rafael Barradas y el polaco Wladyslaw Jahl.(/..../) En Buenos Aires, desde donde en 1925 colaboró con la muestra madrileña de los Ibéricos, Norah Borges estuvo presente en la revista mural ultraísta «Prisma», y en «Proa», y en «Martín Fierro», donde publicó dibujos, y un texto en el que afirmaba que «la pintura ha sido inventada para dar alegría al pintor y a los espectadores». Durante un tiempo sus caminos y los de su hermano discurrieron paralelos. Ella supo decir, con la gubia y el pincel, los patios, la esquina rosada, las azoteas, las quintas y muchas otras realidades porteñas inmortalizadas por él. Hay un segundo y último período español de Norah Borges: el matrimonio pasó los años 1932 a 1936 en Madrid, donde ella colaboró con La Barraca, con ADLAN, con el «Almanaque Literario 1935», con «Literatura», con «Noreste», y en cuyo Museo de Arte Moderno celebró una individual en 1934. Cuando visité a quien había sido, con Sonia Delaunay, la musa de nuestro ultraísmo, era una anciana mínima y frágil, encantadora, que no había perdido la memoria, y que recordaba esos cafés prohibidos de Madrid, y a Adriano del Valle de apuesto soldado en Sevilla, y a Julio Romero de Torres en Córdoba, piropeando a las modelos, y siempre a «Guillermito», que tan mal se iba a llevar con su ilustre cuñado, muchos años después la visita al Río de la Plata de Juan Ramón Jiménez, que en 1939 le había dedicado una de sus caricaturas líricas a la «errante Norah en su propio nido con ruedas de alas»...
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(Compilado por ClaudioSerraBrun. 4 Mayo 2004, Valencia-España). Comuníquese con DiarioLeido y aporte recortes de prensa documentados con imagen *.jpeg del original, al siguiente correo: diariosleidos@hotmail.com
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